>El otro día estuvo Carlos Fernández Jáuregui dando una conferencia en la Escuela de Caminos de Coruña sobre «visión mundial de la crisis del agua», dentro de un ciclo de conferencias que organiza la Escuela con motivo de considerarse marzo como el mes del agua (y que coinciden con otras paralelas y muy complementarias que organiza Enxeñería Sen Fronteiras). Entre otras muchas cosas, ha sido director de la Oficina de Naciones Unidas para la Década del Agua. Fue una conferencia donde sobre todo había estudiantes de la escuela, y donde hizo gala de una gran capacidad (como parece ser habitual en él) de exponer las cosas de forma clara y sin rodeos.
Tras un resumen de la situación de los recursos hídricos a nivel mundial resaltó que hay suficiente agua, pero escasean los medios para aprovecharla (lo cual fue un primer indicio del enfoque pragmático que le iba a dar a la charla en cuanto al enfoque de la gestión hídrica, y que los defensores de la Nueva Cultura del Agua, de la que hablaremos otro día, dirían que fue casi tirando a «hidrológico«).
Lamentó que a partir de los años 80, con la generalización del modelo privatizador de la distribución del agua en todo el mundo hiciera que se perdiera el interés por la colección de datos, que son básicos para una buena planificación hídrica. La visión sobre los desafíos de la gestión y de que el equilibro oferta-demanda del recurso hídrico origina el equilibrio social, y de que el uso de la ciencia y la tecnología son la manera de conciliar ambas cosas (siempre desde un enfoque de necesidades básicas y del agua como derecho humano) confirmó el enfoque hidrológico que comenté antes.
Mencionó cómo le llamó la atención las manifestaciones en Zaragoza en la época de la oposición al Plan Hidrológico Nacional, por la participación de la sociedad en los asuntos hídricos de su zona, pero cómo le desengañó ver otra en Madrid a favor, con lo que dio por sentado la politización de este tema. En mi opinión (y desde la distancia gallega), es demasiado simplista esa visión (cosa que creo que él también comparte sólo que, como veréis, empleó esa reducción a lo simple en diversos temas a lo largo de toda su charla, en gran medida para generar debate, pero quizás sin ser la estrategia más acertada dado el tipo público que tenía, al que creo que es necesario no mostrar todo como blanco o negro). Es simplista porque al final se trataba de defender lo que cada territorio consideraba justo y mejor para sus habitantes (e incluso dentro de los propios partidos hubo disensiones). Y eso a pesar de que, según Jáuregui, el agua no va a ser la fuente de conflictos del siglo XXI, ni lo ha sido nunca como muchos defienden, más bien ha sido fuente de pactos y acuerdos (puso como ejemplo el de Egipto e Israel, que comenzó con el agua y acabó con el político). Esta visión quizás sea demasiado optimista, pero quiero pensar que será así. El hecho de que sea un bien básico puede hacer que haya más receptividad a la negociación entre partes. En fin, lo veremos cuando realmente sea un bien escaso… (y en algunas zonas que es escasa ya ha habido y está habiendo problemas, aunque quizás no sea el principal y se esté usando como excusa…, no me atrevería a pronunciarme).
Insistió en la necesidad de asegurar la robustez de los territorios (robustez: tiempo que puede pasar un territorio desarrollando sus actividades normales aunque no llueva), que en California es de casi 3 años y en España unos 62 días (a pesar el de ser el país con un ratio embalses/habitante más altos del mundo). El problema es que esta robustez no se refiere a uso del agua básico, sino a cualquier tipo de uso (lo cual en muchos territorios no tiene nada que ver con la capacidad o vocación del mismo, y que por lo tanto podría servir para justificar las grandes obras hidráulicas para regar campos de golf en medio del desierto). En muchas otras de sus afirmaciones daba la impresión de estar más del lado de los que tratan de adecuar el medio al hombre (visión tradicional desarrollista), que de conocer más al medio antes de hacer cosas que se nos escapen de las manos, si bien en todo momento insistía que de cara a asegurar un acceso básico al agua para la vida. De nuevo con la simplificación, contraponía las infraestructuras hídricas con la protección de «los pajaritos» (pajaritos que englobaban básicamente «todo lo que no fuera el hombre»), y que al priorizar actuaciones habría que priorizar las necesidades básicas humanas y del bien público. Esta argumentación ha servido muchas veces para justificar grandes infraestructuras, que precisamente por ser tan grandes es muy común que escapen al control alguna (o todas) de las tres componentes de la sostenibilidad:
– A nivel económico, porque se disparan los costos previstos de infraestructura y otros que surgen de los otros dos niveles a partir de componentes intangibles.
– A nivel ambiental, porque las relaciones con el ecosistemas apenas estamos empezando a comprenderlas en muchos casos a corto-medio plazo, y ni hablar a largo plazo.
– A nivel social, porque el debate de los derechos de las minorías y la cultura está abierto (no sólo a nivel poblaciones indígenas, aunque son más vulnerables), y además con la cantidad de intereses en juego muchas veces se acaban aprovechando unos pocos de una infraestructura que iba a ser un bien público (por ejemplo sólo las industrias, o los que puedan pagar la energía o la distribución del agua a empresas extranjeras que se lucran con esto).
También lamentó que no haya voluntad política de inversión en estas infraestructuras y recursos que sí podrían servir para alcanzar y superar los objetivos del milenio (que se conforman con que la mitad de la población tenga agua); que al saneamiento no se le dé tanta atención porque es menos fotogénico para los políticos (mucha razón tiene en esto, molan más las tuberías de agua que las letrinas); así como que en la mayoría de los países la autoridad del agua esté incluida dentro de presuntos usuarios del agua como medio rural o medio ambiente (toma medio ambiente como usuario del agua, debate científico que está en plena vigencia y en el que yo tengo la visión que él denominaba «de biólogo», de que el agua forma parte del medio ambiente), sin tener un ministerio neutral propio. Esta idea de que el organigrama gubernamental no permita que la autoridad nacional del agua sea juez y parte es si embargo muy interesante (aunque alabó las antiguas autoridades de cuenca hidrográfica, que siguen teniendo mucho poder, criticó que ahora las quieren «captar» las autonomías y atarlas a un límite administrativo, de lo cual no entienden las cuencas hidrográficas, y resaltó como los países que tienen un ministerio del agua han mejorado visiblemente su gestión, como Brasil, Sri Lanka, Australia, Sudáfrica, etc.). Tampoco debería entonces haber un ministerio de Industria que englobe la Energía, ¿no creéis?