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El chirrido del columpio del parque infantil al lado del que vivo, bastante sobreutilizado el pobre, me acompaña muchas tardes de fin de semana en los que la morriña de mi tierra y mi gente que está lejos (porque también siento ya mías esta tierra y esta gente) amenaza a veces a la dulce soledad que sí me gusta sentir. Entonces sonrío, me asomo a la ventana un momento para ver a los niños del barrio con sus juegos y sus gritos, y la morriña se retira lenta y suavemente, dejando una sensación de agradable melancolía…