Zona Okupada de A Cova da Meiga. Atoparedes cousas sobre cooperación para o desenvolvemento, naturaleza, software libre, xogos de rol, libros, música, películas…Porque desde a nosa "cova" podemos cambiar o mundo mundial! — Zona Okupada de A Cova da Meiga. Encontraréis en ella cosas sobre cooperación para el desarrollo, naturaleza, software libre, juegos de rol, libros, música, películas…¡Porque desde nuestra "cueva" podemos cambiar el mundo mundial!
En los últimos tiempos sigo los contenidos de learninglegendario, que me parecen muy interesantes para hacer mejores las experiencias de formación en línea. Estos encuentros en línea, visto el panorama, es algo que, además de estar de moda «a la fuerza», va para largo y, además, creo que cuando pase la situación de pandemia puede complementar muy bien las formaciones o encuentros presenciales.
Tiene un post que me gustó mucho con principios a tener en cuenta en formaciones online y solicitaba, como suele hacer, retroalimentación sobre los mismos (yo le mandé mi contacto para que me facilitara el documento en pdf). A continuación dejo la retroalimentación que le dí yo sobre un nuevo principio que yo aplico hace tiempo de forma muy consciente.
Debido al área donde desempeño mi trabajo (sector no lucrativo de derechos humanos y cooperación al desarrollo) siempre integro un principio en las formaciones (sean o no en línea), que creo que en realidad debería empezar a extenderse a cualquier proceso formativo. Se trata de «Tomar consciencia y visibilizar los valores» que toda formación tiene detrás. Cada vez se habla más de valores y ética en todos los aspectos de la vida (afortunadamente). Por ejemplo, la pandemia ha hecho aflorar otras maneras de relacionarse, con más consciencia de los cuidados. Al preparar las formaciones es importante definir la bases de valores en que se afianza y va a fortalecer esa formación. No es una cuestión baladí, ya que puede inclinar hacia el uso de unas metodologías/herramientas u otras. En mi organización, por ejemplo, que trata de poner la tecnología al servicio del bien común y los derechos humanos en todo el mundo, tenemos muy interiorizada la importancia de la gobernanza tecnológica, software libre, tecnologías abiertas y demás. Pensar la formación a partir de este valor que defendemos y queremos fortalecer (y no minar), y además explicitarlo en la propia formación, me parece clave.
En este mundo donde cada vez más tenemos confianza ciega en no se sabe qué empresas en todos los ámbitos de nuestra vida, y nos tiramos a la piscina de la tecnología sin ser conscientes (ni querer serlo) de los impactos que tiene, eso de soberanía tecnológica suena como a friki.
Foto de F. Longueira y S. González, Enxeñería Sen Fronteiras Galicia
Como casi todo en esta vida, estamos hablando de escalas de grises: nadie es capaz de construirse todo lo que usa en su día a día (ni siquiera el Captain Fantastic de la película), y nadie vive sin saber hacer absolutamente nada en relación a los cachivaches que le rodean (aunque solo sea configurar la tele). En realidad, en las grandes ciudades se está avanzando peligrosamente hacia ese último extremo…
Por eso, cuando hablamos de soberanía tecnológica lo hacemos en tanto en cuanto nos movemos hacia el extremo de esa escala de grises que se basa en tres pilares:
1. La comprensión de los impactos de la tecnología que usamos,
2. La corresponsabilidad en su uso y gobernanza,
3. La capacidad de replicar o arreglar esos elementos tecnológicos, o sustituirlos por técnicas que nos posibiliten generar bienes o servicios que nos mejoren la vida con nuestros propios medios.
Avanzar hacia ese extremo de «soberanía tecnológica» se ha venido tornando cada vez más complicado casi desde que el ser humano es sapiens, dada la cada vez mayor especialización necesaria para comprender mínimamente los fundamentos de cualquier tecnología media (¿quién sabría cómo construir una tostadora, por no decir un ordenador o un teléfono móvil?), y también las trabas que las empresas que se dedican a elaborar los distintos elementos tecnológicos ponen a sus competidoras (empresas, o simplemente personas que quieren cacharrear). Patentes, pérdidas de garantía si se manipula el cacharro fuera de un taller reconocido, tornillos o sistemas de cierre vetados al común de los mortales, softwares privativos…, muchos son los sistemas que se emplean para dificultarnos el ver las tripas de las cosas que usamos.
También se nos ha adormecido la parte de consciencia del impacto, con un proceso de «separarnos» de la tecnología. El comprar, tirar, comprar (lo que también se llama «hiperconsumo»), trabajando la emoción compulsiva del tener más, sin pensar en qué materias se usaron para fabricar lo que compramos, cómo se extraen, se comercializan, se reparan (o no) o se procesan al acabar su vida útil, o las condiciones de las personas realizan todas esas etapas.
Y no digamos ya la parte de corresponsabilidad en el uso y gobernanza de la tecnología. Un caso muy de moda es la manera que tenemos de «regalar» nuestra identidad digital, nuestros datos en redes sociales, quedando luego expuestos a auténtica manipulación mental,
En un mundo donde deseemos más protagonismo como ciudadanía crítica, para evitar derivas autoritarias, avanzar en la escala hacia la soberanía tecnológica es un imperativo. Hay quien dice que «la gente» prefiere que le digan qué tiene que hacer; llevamos mucho tiempo recibiendo una educación que nos prepara para eso, pero creo que las personas prefieren aun ser protagonistas de su vida. El hecho de que el trabajo colectivo sí puede hacer útiles, en muchas ocasiones, liderazgos, sin embargo no deberían ser coercitivos ni nublar la voluntad de la ciudadanía de corresponsabilizarse sobre hacia donde avanzamos como sociedad. Y, en realidad, sí existen comunidades e iniciativas que pretenden avanzar hacia la soberanía tecnológica, en los tres puntos de los que hablábamos antes.
Pero igual alguien se está preguntando qué pinta el género en todo esto. ¿Por qué aparece esa palabra en el título? En realidad, el objetivo de esta reflexión es precisamente llamar la atención sobre eso tan manido de que la igualdad de género debe ser un elemento transversal a cualquier iniciativa de empoderamiento de las personas. Sobre las brechas tecnológicas de género se ha escrito mucho, sobre todo la parte de «tecnologías propias de cada género», y quizás algo menos sobre la «feminización» de algunas tecnologías (el tan criticado ejemplo de la calculadora rosa para ingenieras).
Lo que me gustaría compartir aquí es la percepción que tengo de que incluso en un proceso de emancipación o empoderamiento tecnológico, si no se trabaja muy bien el enfoque de género, se estará contribuyendo a abrir aun más las brechas de género a nivel social, desvirtuando por lo tanto ese proceso de empoderamiento. Para explicar esto me voy a centrar en el tercer pilar de los antes mencionados para la soberanía tecnológica, el de la réplica, reparación y «hazlo tú misma».
Cuando se organizan cursos o talleres, o iniciativas de más largo recorrido, que buscan un empoderamiento tecnologico con el enfoque DIY (Do It Yourself, o «hazlo tú misma»), no hay más que fijarse en las tecnologías a usar y los bienes o servicios que se quieren obtener con ellas, para darse cuenta de que la brecha sigue ahí. ¿Quién organiza y promueve los talleres de cacharreo con ordenadores viejos? ¿Quién hace lo propio con los talleres de productos de limpieza naturales, o los de costura o reparación de ropa?¿Y los de compostaje o huertas comunitarias?¿Qué me decís de los de mecánica para novatos, o electrónica fácil con arduino? ¿Y si se trata de cacharrear con impresoras en 3D, así, por amor al arte?¿Y en cambio, si se trata de buscar la mejor manera de autoconstruirse elementos que faciliten la vida a personas con movilidad reducida (os sorprenderíais de los abusos que hay tanto en precio como en calidad de muchos elementos de ortopedia), quién se mueve más?
Como digo, se trata de una impresión que tengo (aunque en mi trabajo en Ingeniería Sin Fronteras Galicia he visto muchas iniciativas de este tipo y creo que no me equivoco en esta percepción empírica que incluso, si fuera necesario, podría contrastar con datos tanto de participación y como de personas impulsoras y organizadoras). Buscando un patrón el que encuentro es que, en última instancia, si lo que se busca es un bien o servicio enfocado en los cuidados de las personas, entonces la mayoría femenina es abrumadora. Por eso hace cada vez más falta que se reflexione a nivel colectivo en las organizaciones, y también a la hora de impulsar iniciativas (grandes o pequeñas) de empoderamiento tecnológico, de que los cuidados son cosa de todxs.